Adela y Marina no solo son lideresas, son el reflejo vivo de una transformación que empezó con la búsqueda de reconocimiento, y que hoy fortalece la voz de las mujeres en comunidades rurales de Bolivia. Ambas han recorrido caminos distintos, pero con un punto en común, el acompañamiento constante de Microjusticia Bolivia, una organización que lleva casi 17 años acercando el acceso a la justicia a quienes más lo necesitan.

Microjusticia llegó con una propuesta clara, escuchar, orientar y construir junto a las comunidades desde lo cotidiano. Su labor ha sido un puente entre las instituciones y las personas que, por mucho tiempo, han sido invisibilizadas. En ese camino, ha formado nuevas lideresas, consolidado redes de apoyo e inspirado procesos de organización comunitaria que nacen desde las mujeres y para las mujeres.

Su labor no se limita a lo legal. En realidad, ha sido un proceso de empoderamiento que empieza con un documento de identidad o con la obtención de la personalidad jurídica (es decir, el reconocimiento legal que le permite a una organización representar formalmente a sus miembros, firmar convenios y acceder a programas o recursos del Estado), y se transforma en algo mucho más profundo: la sociedad y sus miembros.

En Bolivia, una de las figuras más representativas de este proceso es Adela Martha Calapari Coro, fundadora de la Asociación de Mujeres Productoras Multiactivas “Rosas del Valle”, quien ha liderado a decenas de mujeres agricultoras y productoras que han apostado por un crecimiento colectivo.

Nosotras también podemos sacar proyectos y salir adelanteafirma con convicción.

Su sueño es consolidar su personería jurídica para que su comunidad pueda acceder a nuevos programas, recibir fondos y ejecutar proyectos productivos. 

Para muchas mujeres, como Adela, lograr que su asociación este inscrita legalmente, significa abrir la puerta a un futuro con autonomía y voz propia. El camino no ha sido fácil, pero Adela ha visto cómo la perseverancia transforma realidades. “Cuando tenía 15 años no había instituciones que nos capacitaran sobre nuestros derechos. Ahora, hemos aprendido a firmar, a tejer, a educarnos entre nosotras. Luego, nosotras enseñamos a nuestras hermanas”, recuerda. Con ese mismo espíritu, hoy guía a otras mujeres a perder el miedo, a hablar en reuniones, a presentar sus propias iniciativas y a formar redes de apoyo.

“Estoy orgullosa de todas las mujeres. Verlas participar, opinar, enseñar, eso me ha fortalecido a mí también como persona”, cuenta Adela.

Su visión de liderazgo no se basa en jerarquías, sino en cariño y compromiso. “Eso lo he aprendido de Microjusticia”, puntualiza.

Otra historia que refleja esta transformación es la de Marina, Secretaria General de su Comunidad (Indígena Originaria Centro Chucura). Durante años su organización luchó sin éxito obtener la personería jurídica. La falta de confianza entre los comunarios y la falta de información hicieron que el trámite se postergara por más de dos décadas. Marina tomó la decisión de ir hasta la ciudad para gestionar no solo la formalización de su comunidad, sino también otros servicios básicos como caminos y vivienda.

“Al comienzo, algunos comunarios pensaban que queríamos aprovecharnos. Pero les demostramos que no es así. Que lo que hacemos es para todos”, relata.

En la Subcentral a la que pertenece, solo una parte de las Comunidades cuenta con personería jurídica. Hoy, gracias al acompañamiento de Microjusticia, Marina ha avanzado en los procesos y ha logrado que su comunidad sea escuchada.

“Nos han capacitado para salir adelante. Todo se puede. El cambio se hace entre varios”, dice con firmeza María, reflejando el espíritu colectivo que caracteriza a su liderazgo.

Hoy participa activamente en su comunidad, motivando a otras mujeres a involucrarse, levantar la voz y ser parte de las decisiones que son parte fundamental de su presente y su futuro.

Marina destaca que uno de los mayores logros ha sido ver el orgullo reflejado en sus hijos. “Ellos me dicen que están orgullosos porque lo que hago también les da mejores oportunidades a sus tíos, a sus tías y a ellos mismos. Eso me llena de felicidad”.

Ambas historias reflejan una misma realidad, cuando se garantiza el acceso a derechos básicos —como la identidad legal o la posibilidad de organizarse formalmente—, se abren puertas para el desarrollo económico, social y humano. Más aún, cuando este proceso está liderado por mujeres comprometidas, los efectos se multiplican.

Gracias al apoyo del Programa de Ayuda Directa (DAP) de Australia, Microjusticia Bolivia ha podido continuar este trabajo sostenido, brindando acompañamiento legal, formación en derechos y herramientas concretas para que las comunidades rurales sean, además de beneficiarias, verdaderas protagonistas del cambio.

En cada firma, en cada reunión, en cada proyecto presentado, hay una historia de lucha. La justicia, en este caso, no llegó desde afuera, brotó desde el corazón de las comunidades, fortalecida por redes de mujeres que se acompañan, se forman y se empujan unas a otras a seguir avanzando. En Bolivia, hay mujeres que siembran la tierra y también el futuro de sus comunidades.

 

Texto por Reinhard Augustin

 

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